Históricamente la educación ha estado destacando el desarrollo del intelecto por encima de todo; con orgullo se ha destacado nuestra superioridad en el reino animal desde lo racional: “¡somos seres racionales!”.
Mensajes como «los hombres no lloran», «decir lo que sientes te puede traer muchos problemas», «las mujeres no deben mostrar enfado», etc… se transmiten de generación a generación como si de un código genético se tratara. Estos mensajes son reflejo del “imperio de la Razón” en el que aún hoy vivimos.
En la actualidad nuestra educación sigue estando cimentada en lo cognitivo, en lo mental. El «cogito ergo sum» («Pienso luego existo») de Descartes. Nadie habla del «siento luego existo». Con todo, pareciera que el mundo emocional se relega a otro plano más animal que humano, más primario, menos respetable, tabú, a reprimir.
Desde una mirada hacia atrás podemos decir que negar nuestra parte emocional no ha hecho ningún bien a nuestra salud tanto física como psicológica: dolores de cabeza, úlceras, urticarias… a menudo son formas que tiene nuestro cuerpo de quejarse por tanta constricción emocional. Por otra parte, una ausencia de equilibrio emocional es fuente de problemas sociales, en la pareja, en la familia (discusiones que no se resuelven, estados emocionales alterados que conducen a la discordia, rupturas, violencia en las relaciones, falta de entendimiento entre hombre y mujeres, padres e hijos, etc…) son algunas de las consecuencias de una desatención de lo emocional.
Las personas somos mucho más que Razón, más que control, más que dominio de la situación… A menudo nos sobran razones para dar explicación a nuestros comportamientos (podríamos decir que podemos justificarlo todo), y nos falta capacidad de reconocer emociones… y, precisamente en esto de reconocer y manifestar emociones existe más de una diferencia entre hombres y mujeres. Aunque podemos atrevernos a decir que en las mujeres (en términos generales) ese mundo emocional es reconocido, aceptado e incluso cultivado…comparativamente más que en los hombres.
¿No es extraño que en aquello relacionado con lo humano (carreras humanitarias, charlas, cursos de desarrollo personal…) apenas haya una representación del hombre? ¿Es que el hombre tiene menos que aprender de sí mismo que la mujer?
Parece que para el hombre (de nuevo generalizando) la emoción es la «bestia negra», un tabú, algo que reprimir. El hombre ha identificado fortaleza con ausencia
de expresión de emociones, el sentir con un signo de debilidad, el macho es un caballero con armadura de acero.
¿Nos dan miedo las emociones?
¿Sabemos reconocer lo que sentimos?
Y, cuando lo hacemos, ¿llegamos a ser capaces de expresarlas?